Oh Sol bendito hermano, en el nombre bendito de nuestra madre universal yo te saludo y te doy gracias por todo lo que me das. Oh Sol bendito hermano, desde mi sol interno yo me proyecto y me contacto en ti, con el ruego humilde de que con fuerzas y vibraciones tuyas sea limpio mi campo bioeléctrico y sea recipiente mi entidad completa del amor más grande, el amor universal.
Resulta a veces, que ciertas personas se encuentran frente a un ser que les supera en competencia, sabiduría y nobleza, y en lugar de guardar silencio y escuchar, se ponen a hablar o incluso a interrumpirle cuando habla. Pues bien, no es esta una actitud inteligente, porque nada se gana con ello, más bien se pierde. Frente a un ser superior a vosotros, es preferible escuchar. Incluso si no habla físicamente, habla directamente a vuestra alma a través del silencio que habéis creado en vosotros. Cuando el Espíritu divino habla, el cielo y la tierra callan para escuchar su palabra, pues ésta es una semilla que fertiliza.
Quien guarda silencio, demuestra que está dispuesto a escuchar, y por consiguiente, a obedecer. Quien, por el contrario, toma la palabra, demuestra con ello que desea tener la iniciativa, que quiere dirigir, dominar. El silencio es pues lo característico del principio femenino, la sumisión, se amolda al principio masculino. Si debemos conseguir restablecer en nosotros el silencio, es precisamente para dejar que el Espíritu divino trabaje en nosotros. Mientras permanezcamos insumisos, recalcitrantes, anárquicos, el Espíritu no puede guiarnos, y así seguimos débiles, miserables. Cuando conseguimos hacer el silencio en nosotros, nos ponemos en manos del Espíritu, el cual nos guía hacia el mundo divino.
Este estado, sin embargo, que llamamos receptivo, pasivo, no debe confundirse en absoluto con la pereza y la inercia. Sólo es pasivo en apariencia; en realidad, se trata de la mayor actividad que pueda pensarse. Es el estado de aquel que, a base de laborar, de paciencia, de esfuerzo, de sacrificio ha logrado realizar el silencio en sí mismo, y gracias a este silencio comienza a oír la voz de su alma que es la voz de Dios.
Debéis comprender el silencio como la condición absoluta para recibir la palabra verdadera, las verdaderas revelaciones. En ese silencio, sentís que paulatinamente os llegan mensajes, una voz que empieza a hablaros. Ella es quien os previene, dirige, la que os protege… Si no la oís, es porque hacéis demasiado ruido, no sólo en el plano físico, sino también en vuestros pensamientos y sentimientos. Para que esta voz os hable, es imprescindible instalar el silencio en vosotros. A esta voz se la llama con frecuencia “la voz del silencio”, incluso este es el título de algunos libros de la sabiduría oriental. Cuando el yogui consigue apaciguarse, e incluso parar su pensamiento -pues también el pensamiento hace ruido en su movimiento- entonces oye esta voz del silencio, que es la voz misma de Dios.
Poseemos un tercer ojo situado en el centro de la frente, tenemos también un tercer oído situado en la garganta al nivel de la glándula tiroidea. Los oídos están estrechamente unidos a Saturno, el planeta de la soledad, del recogimiento y de la introspección.
Todos sabemos que cuando necesitamos reflexionar para tomar una decisión, nos alejamos y cerramos la puerta porque es en el silencio donde tenemos más posibilidades de encontrar una solución. Pero incluso en ese silencio, todos podemos sentirlo, hay a menudo ruido, porque el interior de los seres humanos se parece a una plaza pública en donde una gran cantidad de gente se manifiesta a la vez para presentar sus reivindicaciones. Y esa es la razón por la que resulta siempre tan difícil recibir la verdadera respuesta a las preguntas que nos hacemos, esa respuesta que viene del Cielo, de la región del silencio. Sí, por más que nos aislemos, nunca estamos solos ¡hay tantos habitantes instalados en nuestro interior!
Estáis habitados por infinidad de entidades, y en particular, por espíritus familiares: los de los seres de vuestra familia que se han ido ya al otro mundo, y también de los que todavía viven. Todos ocupan una parte de vuestro ser: los que gustan de la bebida, los que quieren realizar negocios, los que buscan los placeres, están ahí, empujando para satisfacer sus variados deseos. Y al cabo de un tiempo cedéis… ¡a pesar del silencio!
El discípulo tiene otra forma de laborar; no se contenta con aislarse del ruido exterior, procura además acallar a todos aquellos que gritan, amenazan y exigen en su interior. Les dice: “Ahora, callaos”. Y en ese gran silencio, oirá una voz, pero una voz muy dulce, muy débil…Esta voz interior habla incesantemente en cada uno de nosotros, pero es muy suave, y son necesarios muchos esfuerzos para distinguirla en medio de toda clase de ruidos … Como si se tratara de seguir la melodía de una flauta entre el estrépito de los tambores y los grandes timbales. Es preciso aprender a escuchar esa dulce voz que habla en nosotros. “Ten paciencia con este ser… Aprende a dominarte… Esfuérzate…” La voz de Dios no hace ruido, para oírla hay que estar muy atento.
También el profeta Jonás oyó la voz de Dios, que le dijo: “Ve a Nínive y diles que destruiré la ciudad porque no me han obedecido”. Pero Jonás, atemorizado, no quiso ir a Nínive, y se embarcó en un navío que partía hacia Tarsis. Estando en alta mar, se alzó una gran tempestad. Estaban todos aterrorizados, y decidieron echar a suertes quién había atraído la tempestad. La suerte señaló a Jonás, quien fue arrojado al mar. Una ballena se lo tragó, y permaneció tres días en su vientre. Allí pudo reflexionar, y al fin dijo: “Perdóname Señor, ahora voy a cumplir lo que me pides”. Entonces fue vomitado por la ballena, y así se salvó… Como a Jonás, así le sucede a quién los caprichos y los temores le impiden oír la voz del Señor: encuentra ballenas y permanece en su vientre varios días hasta que, apaciguado el alboroto, acaba por oír esa voz. ¡Cuántas ballenas no habréis encontrado ya vosotros a lo largo de vuestra vida! Sí, ballenas de todos los tamaños y colores..
Si estuvierais más atentos, si tuvierais mayor discernimiento, sentiríais que antes de realizar alguna empresa importante de vuestra vida (ya se trate de un viaje, una actividad, una decisión a tomar, etc.) una suave voz os aconseja. Pero no ponéis atención en ella porque preferís el alboroto y las tempestades. Sin embargo, debéis saber que cuando os hablan los seres superiores, sólo os dicen algunas pocas palabras, y con voz casi imperceptible.
Dios habla de forma muy tenue, y sin insistir. Dice las cosas, una, dos, tres veces, y luego calla. Tampoco la intuición insiste mucho más, y si no escucháis atentamente, si no discernís esta voz porque sólo sois capaces de oír el ruido, os sentiréis perdidos constantemente. La voz del Cielo es extremadamente suave, tierna, melodiosa y breve, y hay criterios para reconocerla. Sí, la voz de Dios se manifiesta de tres maneras: a través de una luz que nace en nosotros; por una dilatación, un calor, un amor que sentimos en nuestro corazón; y finalmente, por una sensación de libertad que experimentamos, junto a la decisión de llevar a cabo acciones nobles y desinteresadas. Permaneced pues atentos…
Debiendo tomar una decisión importante, sólo en el silencio de los pensamientos y de los sentimientos recibiréis la respuesta del Yo superior, del Espíritu. Ese silencio, es la fuente de la claridad. El silencio, es la paz, la armonía, el silencio es vivo, es vibrante, habla y canta. Gracias a la contemplación, la oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz del silencio.
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