El Sol, La fuente de la alegría
Desde pequeños se nos instruye sobre el Sol. Se nos dice que es una estrella de tales características, que se halla a tanta distancia de la Tierra, y de la cual depende toda la vida en el planeta. Se nos hace conscientes de que lo “necesitamos” en este sentido, y poca cosa más.
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En ámbitos más espirituales se nos dice que el Sol tiene consciencia propia y que puede nutrirnos; de hecho, técnicas como el Sun Gazing describen maneras de alimentarse directamente del sol.
Más allá de esto, recibimos pistas acerca de otros atributos del Sol cuando descubrimos que en los países menos soleados la gente es más solitaria, más triste y se suicida más, mientras que en los países más soleados prima una mayor sociabilidad y alegría.
¿Se desprende pues de ello que el sol es fuente de alegría?
Comprobémoslo por nosotros mismos. Más allá de asumir que los latinos somos más alegres porque nos da más el sol, observemos la alegría misma en los rayos del gran astro.
Habremos comprendido algo determinante en cuanto a la naturaleza del Sol cuando nos hayamos dado cuenta de que arranca sonrisas allí donde se posa. No me estoy refiriendo a que las personas empiezan a sonreír tan pronto como el sol las toca (ojalá), sino a que todos los seres y cosas, todo lo creado, sonríe sutilmente a la vez que esplendorosamente bajo el sol, con la sonrisa del Sol; la sonrisa del Sol misma se ve reflejada allí donde se posa.
No sé si se puede explicar mejor. Se trata de levantar los ojos de nuestras pequeñas vidas y contemplar la alegría que arranca el sol en todo lo creado.
Dicho esto, el Sol potencia particularmente aquello que ha sido creado en armonía con él. Los paisajes de la naturaleza, los diseños humanos hechos con gracia y con ganas de estimular el alma de las personas, refulgen bajo el sol con una gracia particular, porque son cosas dotadas de consciencia y que están hermanadas con el Sol al compartir su intención: la de estimular la vida; la vibrante, mágica e interactiva vida.
Incluso los aromas, de los que hablaba en un artículo reciente, con todo su poder evocador, se ven estimulados por la luz y el calor del sol, como lo demuestra el hecho de que, con frecuencia, el clímax de los aromas florales llega con el auge del Sol.
No debería ser muy difícil de asumir el concepto de que estamos hermanados con el Sol. Porque, de hecho, y aunque lo veamos allí en la distancia, somos parte de él. No vivimos exactamente deambulando por un espacio vacío y oscuro, sino que estamos dentro de la heliosfera, la gran burbuja en la que el Sol expande su atmósfera y que se extiende hasta más allá de la órbita de Plutón. El Sol sería el centro incandescente de esta unidad de vida, su corazón, pero no estaría separado de aquello que contiene.
Así pues, y más si el Sol tiene consciencia, no es descabellado pensar que ama aquello que contiene. Que nos ama. Las culturas antiguas que lo adoraban como al mayor dios debían de tenerlo claro.
El Sol puede ser adorado y honrado, por supuesto, pero a un ente sin ego no creo que le interese mucho la adoración. Esto de adorar y ser adorado parece muy humano. A un ente como el Sol le interesa más bien que nos sintamos hermanos suyos, cómplices suyos, y que cualquier respeto que le profesemos sea a partir del reconocimiento de que aquello que admiramos en él lo tenemos reconocido en nosotros. El Sol y nosotros podemos leernos y reconocernos nuestra esencia mutuamente, regocijarnos en ello y fomentar así que nuestra respectiva alegría sea aún mayor.
Hemos leído y escuchado muchas veces que existen unos seres celestiales que no hacen otra cosa que cantar himnos de alabanza al Creador, todo el rato. Puede parecernos incluso aburrido que alguien pueda pasar así la eternidad, pero, de hecho, ¿qué otra cosa querría hacer la Esencia una vez que se ha reconocido a sí misma, se ha reconocido en todo lo demás y ha descubierto su Fuente? Estos coros celestiales pueden ser la apoteosis de algo que a los humanos nos gusta mucho hacer, que es cantar, bailar, reír y gozar, porque sí, porque estamos alegres, reconociéndonos y compartiendo. El Sol tiene mucho de Dios, y los humanos tenemos mucho de los ángeles que adoran; tan solo ocurre que estamos más “fisicalizados” y viviendo experiencias más polarizadas, hasta que acabemos por darnos cuenta de nuestra realidad esencialmente metafísica.
Loor pues al hermano Sol, pero no desde la inaccesibilidad o la distancia, sino desde la conciencia de que él no pretende nada más que arrancarnos nuestra alegría, que mostremos nuestra sonrisa.
©Francesc Prims Terradas